lunes, 30 de marzo de 2009

Capítulo 3 (Por Raquel)

Pero la maravillosa tarde finalizó con una rápida mirada a mi reloj de mano. Nueve de la noche.
- ¡Mierda! ¡Me voy! –me alejé de ellas prácticamente corriendo-. ¡Adiós!
Cuando llegué a casa sufrí el aplastamiento de un tanque, bastante pesado por cierto, pasar sus cadenas sobre mí. O más bien las pisadas del terrible dragón escupe-fuego en que se convirtió mi madre.
La escuché pacientemente mientras me enumeraba la lista de deberes y obligaciones que debía realizar, y también la lista de lo prohibido.
Aquella noche dormí plácida y reparadoramente. Claro que era obvio después de pasarme tres horas paseando por el barrio.

A la mañana siguiente sentí tal pereza por levantarme que ignoré el repiqueteante sonido del despertador, de modo que llegara tarde.
El corazón me latía nervioso. Todos estarían pendientes de mi.
Uff… ¿Qué tenía a primera hora? ¡Música! ¡Qué bien!
Tomé aire y lo espiré despacio. Dudé con la mano en alto justo antes de que mis nudillos chocasen contra la puerta.
- Pasa –dijo el profesor sin mirarme.
- Perdón –me disculpé.
Apartó la mirada del libro y la fijó en mi rostro. Sonreí un poco avergonzada. ¡Qué ojos! ¡Cómo miraban!
Me dirigía mi pupitre mientras me daba cuenta de que mis compañeros pasaban de mí. Todos excepto uno.
Me crucé con su mirada y me dolió la boca del estómago, como una punzada. Solo fue un segundo, pero a mí se me tornó largo e incómodo.
Cambió de postura al pasar. Su mano que sostenía su cabeza, se alzó hacia el lugar donde me encontraba, con la palma extendida.
Tragué saliva.
- ¿Te importaría recoger mi goma?
- ¿Eh?
- Que si puedes cogerme la goma. Se ha caído cuando pasaste. Está allí .y señaló algo en mis talones. Me giré curiosa.
- Ah…lo siento –torcí el gesto en una mueca que expresaba la humillación que sentía. Ya se podía haber agachado él.
Le recogí la goma de las narices y me senté por fin, malhumorada.
Continuó mirándome fijamente. Estaba un lugar por delante del mío. Yo intentaba rehuir sus ojos verdes esmeralda. Pero a veces no podía evitar un fugaz vistazo.
Estaba muy incómoda, ¿no pensaba dejarme en paz, igual que todos? Tuve suerte de que el timbre sonara. Por primera ve tenía ganas de que acabase la clase de música.
Volví a casa en el autobús escolar. Acompaña por un chica igual de callada que yo. Medité el porqué de su inesperada fijación conmigo. Y llegué a la conclusión de que era idota y quería incordiar a la “nueva” en su aburrida y solitaria vida.
Cuando llegué a la cancela de mi calle interior y después de rebuscar como una loca en la mochila, introducí la mano entre los barrotes y presioné el pestillo. El cerrojo estaba roto y lo habían quitado, por eso pude entrar, al menos, al recinto de casas. Mi hogar estaba el penúltimo a la izquierda. Ahora se me presentaba el mayor obstáculo; saltarme el muro.
Tiré la mochila por encima de la puerta metálica, que por suerte o por desgracia, no estaba rota. Mis mascotas, Piluca y Kyra, no pararon de ladrar hasta que no hube saltado al otro lado.
Y ahora… ¡a tomar el sol! No podía entrar en casa, lo único que podía hacer era columpiarme, tomar el sol, hacer deberes, desnudarme y mojarme con la mangota, o leer.
Opté por adelantar trabajo de la escuela en primer lugar.
Poco duré haciendo funciones exponenciales de matemáticas.

jueves, 26 de marzo de 2009

Capítulo 2 (Por Alba)

Una vez en la clase, la voz de aquel muchacho se me venía a la cabeza una y otra vez. Sus ojos permanecían en mi mente como una joya que hubiera tenido el gusto de contemplar.
La profesora de latín hablaba sumida en su mundo de romanos. Pero ninguno de los alumnos que me rodeaban parecía prestarle atención.
Gracias al cielo que el timbre sonó. Solo tenía cinco minutos para distraerme de todo aquel barullo de gente que me rodeaba. Estaba totalmente en mi mundo cuando algo llamó mi atención.
Habría reconocido aquellos dos luceros en cualquier lugar, por eso al verlos, supe que él estaba allí.
En pocos minutos su voz llenó todos los recovecos de mi clase. Como si todo lo demás dejara de existir, me concentré en él.
- El profesor de música me ha pedido que le sustituya durante lo que queda de curso. Me llamo Alejandro y os voy a dar clases a partir de hoy.
Una sonrisa me iluminó el rostro. La sola idea de poder verlo cuatro veces por semana me parecía increíble. Cuando quise darme cuenta, estaba pasando lista. Me miró y sonrió al pronunciar mi nombre.
En ese instante, a mi cabeza vino la imagen de aquel profesor y yo, sentados sobre la hierba, disfrutando del crepúsculo.
Al volver a la realidad, descubrí su mano apoyada en mi hombro mientras me decía:
- Veo que amas la soledad –mis mejillas se sonrojaron.
- Sí, tampoco me hace falta mucha compañía –no dijo nada. Solo sonrió y salió del aula.
Marché a casa tranquila. Me esperaba una tarde de deberes y limpieza y no me serví de nada pensar en ello.
Estaba sola en mi casa, mi hermana pequeña aún estaba en el colegio y yo debía comer sola.
- Hola, cariño –me saludó mi madre. Creo que esa mujer alberga en su interior la furia del dragón y la seriedad y sabiduría del unicornio.
- Hola, mamá.
Estaba inmersa en mi plato cuando entró en la cocina. Venía seria y con paso firme.
- ¿Otra vez igual, Jana? ¿Cuántas veces te he dicho que mantengas tu cuarto ordenado? Nunca me obedeces, hija, y tengo un límite –lo que había dicho antes. En tan solo dos minutos se había transformado en un dragón camuflado en una mujer de pelo caoba y ojos verde pardo. Era realmente guapa. Pero su ira le jugaba malas pasadas a menudo.
Recogí m plato y me encerré en mi habitación. Encendí la radio y me olvidé de mi madre y de su bronca. Ella siempre decía que yo no la ayudaba en nada pero ella creía que mi vida se limitaba a acudir a clase. No valoraba que tenía que estudiar, que yo también me sentía atosigada entre libros que no fueran los que me acostumbraba a leer. Por eso pasaba tres kilos de todo. Porque sentía que nadie agradecía mi esfuerzo por obedecer y contentar a todos.
Terminé de estudiar, y como mi madre no estaba, salí a la calle. Llamé a Stefanie y Thalia, con ellas mi mundo era un poco más sereno y tranquilo. La una era impulsiva como yo, un poco pesimista pero siempre hallaba solución. La otra era sencilla, dulce y tímida. En su compañía pasé la tarde hablando y escuchando.
Todo se perdió, los problemas se ocultaron bajo los rayos de sol que mis amigas me enviaban. Las nubes eran blancas y el precioso cielo, me sacó la sonrisa que tantísimo necesitaba.

Capítulo 1 (Por Aiko)

Miraba por la ventana, sumida en mis pensamientos últimamente frecuentes. Esta nueva rutina me gustaba más que la anterior. Aquella en la que siempre andaba intentando evitar miradas. Ya, al menos, no llamaba la atención. Aunque era “La nueva” nadie se fijaba mucho en mí y eso me alegraba.

Bueno, no exactamente era nueva, hacía dos meses desde que había llegado aquí. Y seis semanas llevaba en el instituto. Al principio todos me miraban con expectación, mientras yo intentaba no mostrar ninguna reacción, ni buena ni mala. Finalmente, dejaron de mirarme constantemente. En realidad, yo no suelo ser así. Pero aún no he conocido a nadie y llevo un poco de desventaja en eso de buscar amigos. Así que, prefiero estudiar.

- Jana –una voz me llamaba-. Señorita Jana, ¿puede continuar?
Paseé mi vista desde la lejanía hasta la mesa del profesor. Me miraba intensamente esperando mi respuesta.
- Eh…yo… ¿Por dónde vamos? –pregunté aun en estado de shock. No tenía la cabeza en clase, ahora mismo solo tenía la cabeza para pensar en lo que iba a hacer durante la próxima semana, que había fiesta.
- Continúa por la línea doce –dijo el profesor de manera paciente.
- El agua corría por la fuente…-ya me sabía este texto casi de memoria. La había leído tantas veces.
Terminé de leer el párrafo y el profesor le dio la palabra a otra compañera. Volví a contemplar el cielo inundada en su inmensidad.

Tocó el timbre, era la hora del recreo. Salí al pasillo, no tenía ganas de estar en el patio, tampoco conocía ningún otro sitio Así que, decidí seguir a un par de alumnas que, con hojas y libros en las manos, se dirigían al otro extremo del pasillo. Entraron por una gran puerta gris.

Las seguí, me adentré al interior de la puerta. Mis ojos se abrieron de par en par. Estanterías llenas de libros cubrían el espacio de la habitación, unas cuantas mesas y sillas se encontraban en otra en otra estancia al la derecha. Recorrí cuidadosamente las estanterías con los ojos, eran de madera y en las esquinas superiores tenían talladas una gran cabeza de león con ojos hundidos. Como si le faltara el ojo en sí.
Me detuve frente a un libro que llamó mi atención. Su portada era azul agua. Lo saqué despacio y vi el título; La sombra del viento.

Me senté en la silla más lejana a la puerta principal y comencé a leer.

Sonó el timbre, mas no me moví del sitio dónde me encontraba. La lectura había cautivado mis cinco sentidos.

Levanté la vista un minuto para recrear la escena que estaba leyendo. Pero mis ojos se encontraron con la figura expectante de un chico de unos veintiocho años.

Sus ojos negros relucían con fuerza, su pelo negro le llegaba hasta el cuello, perfectamente liso. Su figura era perfecta, no le sobraba ni necesitaba ningún kilo de más. Y por sus músculos se notaba que le gustaba r al gimnasio.

Se acercó a mí con una sonrisa amable en los labios.
- Jana, ¿verdad? ¿Qué estás haciendo aquí? El recreo ya ha terminado –y se sentó en la silla que estaba a mi lado.